EL AYUNO
El ayuno formaba parte de la tradición hebrea y es de notar que venía practicado también en los tiempos de la civilización greco-romana. La tradición hebrea recomendaba el ayuno oficila sono en el Día de la Reconciliación, que era un día de devoción. Todavía la gente, continuamente, ayunaba dos veces a la semana, lunes y juves (Lc 18,12).
De la lectura del Antiguo Testamento aprendemos que, en momentos de gran dificultad, Reyes y profetas pedían al pueblo de ayunar y orar. En los Salmos encontramos algunos versos reveladores, por ejemplo:
“Yo, cuando estaba enfermo, vestía de saco, me afligí con ayuno, retumbaba en mi pecho mi oración” (Sal 35,13), aún: “Mis rodillas vacilaron por el ayuno, mi cuerpo adelgaza y se deteriora” (Sal 109,24).
La Iglesia de los primeros tiempos recomendaba el ayuno dos veces a la semana, el miércoles y el viernes. Algunos entre los más devotos ayunaban también le sábado en preparación al día del Señor. La práctica del ayuno gradualemente se extiendió. Se ayunaba enteras semanas, como por ejemplo, durante la Semana Santa. En el siglo III°, la Iglesia, durante el periodo de Cuaresma, remomendó el ayuno por curenta días como preparación a la Pascua.
El ayuno era recomendado, antes de suministrar los Sacramentos, aún desde la Iglesia antigua. Así los diáconos se preparaban a la Ordenación y los futuros predicadores que se preparaban a este ministerio, eran vivamente invitados al ayuno.
Inclusive los catecumenos y los sacerdotes designados a distribuir el Sacramento del Bautismo, como primera condición tenían la obligación de ayunar. En breve, podemos concluir que la Iglesia reconoce el ayuno, porque lo ha practicado durante su historia, y le ha dado un significado concreto. En algunas comunidades religiosas, el ayuno viene practicado también en nuestros días.
Leyendo la vida de los Santos, podemos darnos cuenta de cuanta importancia ellos han dado al ayuno. El la Regla a su Orden, San Francisco de Asís exortaba a sus hermanos al ayuno por periodos de cuarenta días, tres veces al año (en Cuaresma, antes de la Fiesta de San Miguel y de Todos Santos a Navidad) y, además, cada viernes.
Al día de hoy, las riquiestas de la Iglesia son menos severas. Son, de hecho, solo dos días en los cuales el ayuno es obligatorio: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Antes de los eventos de Medjugorje, que han relanzado el ayuno, el la población de la Erzegovina, la práctica del ayuno andaba más allá de lo requerido minimamente por la Iglesia, gracias también a la indudable influencia franciscana.
Así muchos fieles, sobre todo las jóvenes y madres de familia, ayunaban el martes (día de San Antonio), los doce días que preceden la Fiesta de la Asunción de la Virgen, a la vigilia de las grandes Festividades y durante la Cuaresma.
La llamada a ayunar, que la Virgen María dirige a nuestra generación, es solo la repetición de lo que Jesús ha ya dicho, y de cuanto la Iglesia de los primeros tiempos ha puesto en práctica con grande celo.
Pero, prima del ayuno, al Virgen María nos llama a la oración. El ayuno acompañado de la oración se vuelve necesario para avanzar en la conversión personal además nos da un grande poder: “...Con la oración y el ayuno se pueden alejar también las guerras y hasta suspender las leyes naturales” ha dicho la Virgen María en su mensaje del 21 de julio de 1982.
Desgraciadamente día tras día, encontramos escusas y decimos que no tenemos tiempo para orar o que el ritmo de nuestra vida es tal que no nos permite de hacerlo. El problema no está en el hecho de que si tenemos menos tiempo para orar; es si sentimos el deseo, la necesidad de Dios, de encontrarlo en la oración. Menos espacio damos a Dios, menos tiempo encotramos para la oración. Des este modo, en la realidad cotidiana, nos volvemos siempre más ateos.
La oración y el ayuno se complementan maravillosamente: oramos más facilmente cuando ayunamos y ayunamos mejor cuando oramos. Con el ayuno arrivamos a comprender nuestra dependencia no de los bienes materiales mas de Dios, una dependencia que no nos vuelve esclavos, más bien nos libera.
El ayuno y la oración no son fines por sí mismos, son solo medios para reconocer y para aceptar la voluntad de Dios, para invocar la gracia de perseverar y cumplirla, para ser disponibles y aceptar el proyecto divino y caminar tras las huellas de Jesucristo.
El ayuno y la oración son además los medios más aptos en la búsqueda de la paz. Aquellos que serán constantes en recitar sus oraciones y el ayunar obtienen una absoluta confianza en Dios, obtendrán los dones de la reconciliación y el perdón y, de este modo, servirán a la causa de la paz, porque la paz se origina en nuestros corazones y de ellos se extiende a quien está a lado y después a todo el mundo.
La paz es algo dinámico, no se puede comprar ni vender. Prospera solo en los corazones de las personas que son capaces de perdonar y amar a aquellos que se han equivocado en su confronto y los han ofendido.
(Fragmentos del libro “El ayuno” del P. Slavko Barbaric).